viernes, 21 de noviembre de 2014

Hora de dormir

La sonrisa que Marta dirigió a Pedro no tenía nada de inocente. Sus ojos verdes estaban gritando todo el deseo que llevaba acumulando a lo largo del día. Pedro la conocía como se conoce a alguien con quien se ha compartido media vida y entendió al instante lo que decía su mirada.

El contenido de los platos dejó de tener sentido para él y un único pensamiento se ocupó de torturarle durante el resto de la cena.

Acabado el postre, enviaron a los niños a lavarse los dientes, ponerse el pijama y a la cama.
Pedro recogió a toda prisa los restos de la cena y cargó el lavavajillas.

Marta, mientras tanto, se aseguró de que los niños acabaran con el aseo y se metieran en la cama sin distracciones. ”Un cuento rápido mamá” dijo Luisa, la pequeña de 4 años. Con la mente puesta en las manos de Pedro recorriendo su cuerpo, leyó de manera automática “Los Tres Cerditos”, sintiendo como se le erizaban el vello de la nuca anticipándose a lo que estaba por llegar.

Dos casas derribadas a soplidos y un lobo escarmentado más tarde, salió de la habitación, cerciorándose de que la luz estaba apagada y los niños prácticamente dormidos. En ese momento le llegó el “ahora subo” de Pedro que agarrando la bolsa de basura salía por la puerta con dirección al contenedor de la calle.

Le quedaba el tiempo justo para cepillarse los dientes y vestirse con el nuevo camisón que había comprado esa misma tarde. Parece mentira lo que puede llegar a costar tan poca tela.

Mientras se lo deslizaba sobre el cuerpo desnudo, sentía como su excitación aumentaba, el corazón latía con fuerza en su sien; se notaba nerviosa, y cada vez más húmeda. A pesar de los años se seguían amando y disfrutando con el sexo. Sobretodo desde que los efectos colaterales de la paternidad habían tenido como consecuencia más inmediata que los momentos para dedicarse el uno a la otro estuvieran más limitados.

Tomó unas velas aromatizadas que estuvo preparando con anterioridad y cambió la fría luz eléctrica por otra con magia. Se introdujo entre las sábanas y entretuvo la espera acariciándose como sólo ella sabía hacer. Sólo un poco, aumentando el deseo.

Sus oidos reconocieron el ascensor deteniéndose en la escalera, los pasos de Pedro por el descansillo dirigiéndose a la puerta de casa; la boca se le empezó a secar, el momento de tenerle entre sus brazos y compartir sus besos se acercaba, llevaba todo el día esperándolo. Se dió la vuelta para hacerse la dormida mientras oía la llave entrando en la cerradura, como un anticipo a lo que estaba por llegar; escuchó los pasos aproximándose a la habitación.

Esperó un segundo, cinco, diez y Pedro no decía nada, estaba callado. Lentamente se dió la vuelta y sus ojos se dilataron. Frente a ella, junto a la cama, un desconocido de pie; unos ojos oscuros, fijos sobre su cuerpo. No podía gritar, no podía hablar, no podía ni respirar, sólo mirar, mirar fíjamente a aquél individuo y al contenido de su mano derecha. Del tamaño de una pelota pequeña, no acertaba a saber lo que era, hasta que su cerebro lo identificó y al fin el grito pudo escapar de su garganta. Era el corazón de Pedro. No tenía ninguna duda. Era su corazón goteando sangre sobre el suelo de su habitación.

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