La sonrisa que Marta dirigió a Pedro no tenía
nada de inocente. Sus ojos verdes estaban gritando todo el deseo que
llevaba acumulando a lo largo del día. Pedro la conocía como se
conoce a alguien con quien se ha compartido media vida y entendió al
instante lo que decía su mirada.
El contenido de los platos dejó de tener sentido
para él y un único pensamiento se ocupó de torturarle durante el
resto de la cena.
Acabado el postre, enviaron a los niños a lavarse
los dientes, ponerse el pijama y a la cama.
Pedro recogió a toda prisa los restos de la cena
y cargó el lavavajillas.
Marta, mientras tanto, se aseguró de que los
niños acabaran con el aseo y se metieran en la cama sin
distracciones. ”Un cuento rápido mamá” dijo Luisa, la pequeña
de 4 años. Con la mente puesta en las manos de Pedro recorriendo su
cuerpo, leyó de manera automática “Los Tres Cerditos”,
sintiendo como se le erizaban el vello de la nuca anticipándose a lo
que estaba por llegar.
Dos casas derribadas a soplidos y un lobo
escarmentado más tarde, salió de la habitación, cerciorándose de
que la luz estaba apagada y los niños prácticamente dormidos. En
ese momento le llegó el “ahora subo” de Pedro que agarrando la
bolsa de basura salía por la puerta con dirección al contenedor de
la calle.
Le quedaba el tiempo justo para cepillarse los
dientes y vestirse con el nuevo camisón que había comprado esa
misma tarde. Parece mentira lo que puede llegar a costar tan poca
tela.
Mientras se lo deslizaba sobre el cuerpo desnudo,
sentía como su excitación aumentaba, el corazón latía con fuerza
en su sien; se notaba nerviosa, y cada vez más húmeda. A pesar de
los años se seguían amando y disfrutando con el sexo. Sobretodo
desde que los efectos colaterales de la paternidad habían tenido
como consecuencia más inmediata que los momentos para dedicarse el
uno a la otro estuvieran más limitados.
Tomó unas velas aromatizadas que estuvo
preparando con anterioridad y cambió la fría luz eléctrica por
otra con magia. Se introdujo entre las sábanas y entretuvo la espera
acariciándose como sólo ella sabía hacer. Sólo un poco,
aumentando el deseo.
Sus oidos reconocieron el ascensor deteniéndose
en la escalera, los pasos de Pedro por el descansillo dirigiéndose a
la puerta de casa; la boca se le empezó a secar, el momento de
tenerle entre sus brazos y compartir sus besos se acercaba, llevaba
todo el día esperándolo. Se dió la vuelta para hacerse la dormida
mientras oía la llave entrando en la cerradura, como un anticipo a
lo que estaba por llegar; escuchó los pasos aproximándose a la
habitación.
Esperó un segundo, cinco, diez y Pedro no decía
nada, estaba callado. Lentamente se dió la vuelta y sus ojos se
dilataron. Frente a ella, junto a la cama, un desconocido de pie;
unos ojos oscuros, fijos sobre su cuerpo. No podía gritar, no podía
hablar, no podía ni respirar, sólo mirar, mirar fíjamente a aquél
individuo y al contenido de su mano derecha. Del tamaño de una
pelota pequeña, no acertaba a saber lo que era, hasta que su cerebro
lo identificó y al fin el grito pudo escapar de su garganta. Era el
corazón de Pedro. No tenía ninguna duda. Era su corazón goteando
sangre sobre el suelo de su habitación.
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