martes, 14 de octubre de 2014

Protegida

     La mañana resultaba perfecta; sol, aire en calma y buena temperatura. La lancha se deslizaba a través del agua con tal placidez que algunos de los ocupantes dormitaban en sus asientos. Dirigida por la firme mano de David, el patrón, quien ya desde niño era conocedor de cada una de sus corrientes y sus caprichos, alcanzaron el punto de inmersión. Hacía quince minutos desde que salieron de puerto, cuando David detuvo la embarcación y ayudado por una sonda que sólo él era capaz de entender, aproximó el lugar del fondeo. A una señal suya, Eva, la guía de hoy, soltó el ancla de arado que furiosamente se hundió en la profundidad arrastrando la cadena a la que estaba unida. Tras unos instantes, David sentenció: 'La Losa'. Seis años bucenando con él, y Eva seguía sorprendiendose con la precisión con que los colocaba en el sitio exacto.

     Los preparativos fueron breves, el grupo estaba formado por gente con amplia experiencia y el día prometía ser disfrutado.

     Uno a uno se fueron introduciendo en el agua desde popa y nadaron hasta situarse a proa para realizar el descenso siguiendo el cabo del fondeo. Eva, se situó la última para observar al resto y ayudarles en caso de algún problema. Le sorprendió la calidez del agua para lo avanzado de la temporada y una sonrisa se extendió por su rostro al descubrir la transparencia que les envolvía. Descendieron cinco metros, diez, mientras realizaban valsalva para compensar la presión en el interior de los oidos con la del agua que les rodeaba. Al aproximarse al fondo, descubrieron que la trasparencia inicial se estaba transformando en una lechosa turbidez que amenazaba la inmersión. Eva decidió detener el grupo y adelantarse para evaluar la visibilidad, indicó la maniobra con una seña y descendió en solitario internándose en la zona lechosa.

     Se dió cuenta de que había llegado al fondo un segundo antes de tropezar con él, tal era la visibilidad que apenas distinguía la punta de sus dedos. No podía decir si estaba a diez o a quince metros de la frontera que separaba el agua cristalina de la oscura. Decidió reincorporarse al grupo y modificar ligeramente la zona de inmersión a una cota superior donde no tendrían que pelearse con la visibilidad. Iba a volverse cuando un ligero movimiento junto a la pared rocosa a un metro de ella, captó su atención. En una oquedad de apenas veinte centímetros de diámetro, un pulpo mantenía fija su pupila ondulada en los azules ojos de Eva, sin embargo lo que en última instancia la hizo inmovilizarse fue contemplar lo que ocultaba entre sus tentáculos. Como versiones a escala de la madre, se peleaban y curioseaban siete pequeños pulpos, jugueteando igual que gatos.
    
     Eva contuvo su respiración para no asustar a las crías y las observó durante casi un minuto, cuando ya no pudo mantener la apnea por más tiempo, les dijo adiós con un gesto y comenzó a girarse para volver con sus compañeros que ya empezarían a preguntarse qué estaba haciendo. Mientras aleteaba, liberó el aire retenido en sus pulmones y aspiró del regulador el vital aire.

     Igual que la luz de una linterna dirigida directamente a nuestros ojos nos deslumbra en la oscuridad, así se sintió Eva cuando comprendió que algo no iba bien. En lugar del aire que necesitaba, se encontró con que nada expandía sus pulmones, nada. Sus ojos se abrieron de par en par mientras que su pecho se intentaba hinchar para beber la vida, sin embargo ni la menor brizna se abrió paso desde la botella, que ubicada en su espalda, a apenas dos palmos de sus pulmones, tenía todo el aire que necesitaba. No obstante le era tan útil como si se encontrarse en la otra punta del universo. El miedo empezó a abrise paso en su mente, sabía que si lo dejaba salir ya no podría encerrarlo de nuevo y necesitaba pensar. Todo su adiestramiento, sus horas de inmersión, su preparación. No le estaban sirviendo de nada. El miedo dejó paso al pánico y la linterna se escapó de su mano, sus pulmones deseaban ese aire que se les negaba, el corazón latía desbocado, la sangre se dejaba oir en las sienes y el aire seguía sin llegar. Las fuerzas empezaron a desaparecer junto a la visión, una cortina negra se iba cerrando sobre sus ojos, empezó a perder la conciencia mientras que el dolor dejaba paso al frío, qué curioso, frío a pesar de la calidez del agua pensó. Y ese perfume...
Ningún lugar mejor para quedarse, que el lugar que tanto amaba y que tanta felicidad le había dado, el fondo del mar.
     La lancha avanzaba hacia el puerto exprimiendo toda la velocidad posible al motor. Tendida en el fondo Eva fue recuperando la conciencia poco a poco, no lo comprendía, ¿habría sido todo una pesadilla?. Aunque las caras de sus compañeros no dejaba lugar a dudas, la habían dado por perdida y sin embargo...

     Dos días más tarde recibió la visita de sus amigos en el hospital. Habían comprobado el equipo y la rotura del muelle de la cámara de alta presión del regulador había provocado que el aire dejara de fluir, y al ser un modelo antiguo, al romperse, a diferencia de los modelos modernos, obstruyó el paso del aire provocando el accidente. Habían visto las señales que hizo con el foco y por eso pudieron ayudarla. De no haber sido por el foco...

     Ella estaba segura de haber perdido el foco en los primeros instantes y de no haberse vuelto a acordar de ello hasta ahora. No, ella no había hecho las señales, imposible.
     Y ese olor tan familiar estaba ahí de nuevo.

     Su mirada se desplazó hasta la mesilla que se encontraba a su derecha y allí junto a la lámpara las vió. Dos semillas de eucalipto, como las que su padre siempre llevaba en un bolsillo, como las que siempre aparecían a su lado cuando necesitaba que alguien cuidara de ella.

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