viernes, 5 de diciembre de 2014

El Coleccionista

Aquella tarde de verano se encontraba oculto acechando a su nueva víctima. La soledad era su habitual compañera. Con un cuerpo delgado, lindando la enfermedad; piernas y brazos desproporcionadamente largos y una aparente debilidad, había sido objeto de las burlas y bromas de sus compañeros de colegio y trabajo. En clase había destacado por su inteligencia y su afán de conocimiento. Quería saberlo todo, aunque de una manera obsesiva y enfermiza. Cuando deseaba algo, no abandonaba hasta obtenerlo, de una manera o de otra, al final siempre lo conseguía.

Su mente no entendía de moral, o mejor dicho, su moral era muy particular en lo que afectaba a los demás. Los conceptos de bien y mal giraban entorno a su propio interés. El mundo finalizaba donde terminaba su influencia en él.

Su verdad era, la verdad, sin posibilidad de matices. Para él la vida era en blanco y negro, mejor dicho, en blanco o negro.

Pero ahora sólo un pensamiento ocupaba su mente, su próxima víctima. Contemplaba como se movía delante de él, sin advertir su presencia dentro de la furgoneta con los cristales oscurecidos que impedían observar el interior. La deseaba, no podía evitarlo, tenía que capturarla a toda costa. La calle estaba completamente vacía.

Ella estaba distraida sin advertir lo que se avecinaba. Era su oportunidad para atraparla. Sigilosamente se aproximó a ella conteniendo la respiración y se avalanzó con sorprendente agilidad, con movimientos precisos adquiridos por la costumbre la introdujo en una bolsa que reposaba en el asiento posterior y que llevaba preparada para ese momento.

Sin detenerse a mirar si había sido visto por alguien, arrancó el vehículo y se dirigió sin prisas hasta su casa en las afueras de Oviedo. Allí dispondría de todo el tiempo del mundo para disfrutar de su nueva adquisición.

Condujo por el camino de grava que accedía a la casa e introdujo la furgoneta en el garaje. La soledad del lugar evitaba miradas indiscretas.

Detuvo el motor y se dispuso a proceder con todo el cuidado del mundo. La extrajo de la bolsa donde había viajado y la pasó a la caja con las demás.

Allí tenía su colección. Cientos de arañas en todos los estados, vivas, muertas, putrefactas. Arañas desde que recordaba. Arañasde su infancia, arañas de su adolescencia. Y desde hoy una más.

viernes, 28 de noviembre de 2014

La Estación de los Amores

Sentada ante una mesa en aquél café del centro de Oviedo, con una cucharilla revolvía el azúcar de su 'cortado' intentando mantener los nervios bajo control. No recordaba la última vez que el carmín había besado sus labios y el rímel sus pestañas; pero aquél no era un día cualquiera, ese día iba a verle de nuevo. A verle y a tenerle dentro de ella.

Los pensamientos de Carmen se hundían en sus años de Instituto, junto a sus compañeros de entonces. Eran su mundo y entorno a lo que giraba su vida. La adolescencia, la Estación de los Amores. Y Javier era la borrasca que agitaba todo su cuerpo cada vez que hacía aparición. Con quien comenzó a descubrir rincones que habían permanecido silenciosos hasta entonces.

Terminado el último curso, cada cual se desparramó por la vida con hambre de novedades; y a cada cual, la vida lo había arrastrado a su antojo, depositándolo donde le plugo. Pensamos que el destino nos lo labramos y sin embargo sólo somos trocitos de conchas que el mar mueve, rompe y deposita a placer.

Treinta años más tarde y media vida más tarde, Carmen salió de su trabajo a tomar el café de media mañana y mientras se acomodaba en su lugar acostumbrado, sintió que la llamaban con incredulidad. Era Javier, el tiempo le había tratado con mayor generosidad de lo que suele acostumbrar y a sus cincuenta y pocos aún mantenía su cuerpo erguido y dentro de los parámetros de buena salud. Nada más reconocerlo, Carmen sintió como sus entrañas se revolvían, el aliento le fallaba, apenas pudo contener su emoción cuando pronunció su nombre. Aunque cambiado, reconocía perfectamente al Javier de antaño y eso la hizo sentir como la Carmen de dieciocho veranos.

A partir de ese día empezaron a coincidir; los cafés compartidos pronto dieron paso a las comidas, y éstas vinieron acompañadas de confidencias y sentimientos reprimidos que encontraban, al fin, una salida.

Cada vez que Carmen sentía el roce de su piel contra la de él, se olvidaba de su marido e hijos, olvidaba todo lo aprendido y su mente se llenaba de Javier.

Hasta el día de hoy se habían mantenido en la frontera de lo ambiguo, se mentían a si mismos con una falsa fidelidad a sus respectivas parejas, no hay nada como la mente propia para engañarse a uno mismo. Se decían que si no había sexo, no habría fraude. Nada más lejos de la realidad.
Habían acordado encontrarse esa tarde en el café de costumbre y después, acercarse hasta el despacho de Javier. Carmen se imaginaba subiendo juntos en el ascensor, devorándose a besos, explorando antiguos territorios que hacía tiempo había olvidado; cómo arrancaría la camisa y quitaría los pantalones revelando a su antiguo compañero de juegos. Tumbaría a Javier sobre el suelo, y lo montaría salvajemente, sintiendo sus manos masculinas sobre sus pechos desnudos. Arrancando con cada embestida trocitos de placer hasta que la sacudida final hiciese bullir su cuerpo entero.

Una sonrisa acudió a sus labios mientras pensaba en las venideras promesas de la tarde.

En el ambiente se disolvía una canción, su letra se fundía con el aire y llenaba su cuerpo con cada inspiración.

Acabó el café de un sorbo y dejando sobre la mesa el importe del mismo, recogió su abrigo, bolso y levantándose abandonó el lugar. Sin volver la vista hacia atrás. Javier era el pasado y el pasado debía quedarse donde le correspondía. 


Tuvimos tantas ocasiones, perdiéndolas.
No las llores más, no las llores hoy, más.
La estación de los amores, viene y va,
y los deseos no envejecen, a pesar de la edad.
Si pienso cómo he malgastado yo mi tiempo,
que no volverá, no regresará, más.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Hora de dormir

La sonrisa que Marta dirigió a Pedro no tenía nada de inocente. Sus ojos verdes estaban gritando todo el deseo que llevaba acumulando a lo largo del día. Pedro la conocía como se conoce a alguien con quien se ha compartido media vida y entendió al instante lo que decía su mirada.

El contenido de los platos dejó de tener sentido para él y un único pensamiento se ocupó de torturarle durante el resto de la cena.

Acabado el postre, enviaron a los niños a lavarse los dientes, ponerse el pijama y a la cama.
Pedro recogió a toda prisa los restos de la cena y cargó el lavavajillas.

Marta, mientras tanto, se aseguró de que los niños acabaran con el aseo y se metieran en la cama sin distracciones. ”Un cuento rápido mamá” dijo Luisa, la pequeña de 4 años. Con la mente puesta en las manos de Pedro recorriendo su cuerpo, leyó de manera automática “Los Tres Cerditos”, sintiendo como se le erizaban el vello de la nuca anticipándose a lo que estaba por llegar.

Dos casas derribadas a soplidos y un lobo escarmentado más tarde, salió de la habitación, cerciorándose de que la luz estaba apagada y los niños prácticamente dormidos. En ese momento le llegó el “ahora subo” de Pedro que agarrando la bolsa de basura salía por la puerta con dirección al contenedor de la calle.

Le quedaba el tiempo justo para cepillarse los dientes y vestirse con el nuevo camisón que había comprado esa misma tarde. Parece mentira lo que puede llegar a costar tan poca tela.

Mientras se lo deslizaba sobre el cuerpo desnudo, sentía como su excitación aumentaba, el corazón latía con fuerza en su sien; se notaba nerviosa, y cada vez más húmeda. A pesar de los años se seguían amando y disfrutando con el sexo. Sobretodo desde que los efectos colaterales de la paternidad habían tenido como consecuencia más inmediata que los momentos para dedicarse el uno a la otro estuvieran más limitados.

Tomó unas velas aromatizadas que estuvo preparando con anterioridad y cambió la fría luz eléctrica por otra con magia. Se introdujo entre las sábanas y entretuvo la espera acariciándose como sólo ella sabía hacer. Sólo un poco, aumentando el deseo.

Sus oidos reconocieron el ascensor deteniéndose en la escalera, los pasos de Pedro por el descansillo dirigiéndose a la puerta de casa; la boca se le empezó a secar, el momento de tenerle entre sus brazos y compartir sus besos se acercaba, llevaba todo el día esperándolo. Se dió la vuelta para hacerse la dormida mientras oía la llave entrando en la cerradura, como un anticipo a lo que estaba por llegar; escuchó los pasos aproximándose a la habitación.

Esperó un segundo, cinco, diez y Pedro no decía nada, estaba callado. Lentamente se dió la vuelta y sus ojos se dilataron. Frente a ella, junto a la cama, un desconocido de pie; unos ojos oscuros, fijos sobre su cuerpo. No podía gritar, no podía hablar, no podía ni respirar, sólo mirar, mirar fíjamente a aquél individuo y al contenido de su mano derecha. Del tamaño de una pelota pequeña, no acertaba a saber lo que era, hasta que su cerebro lo identificó y al fin el grito pudo escapar de su garganta. Era el corazón de Pedro. No tenía ninguna duda. Era su corazón goteando sangre sobre el suelo de su habitación.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Karma

-”¡Es usted estúpida señorita!”

La voz de don Alberto retumbaba entre las paredes de la oficina acallando con sus gritos el hilo musical.

-”¡No tiene remedio, no se entera de nada y se ha vuelto a equivocar!”

-”Hoy es martes. Le dije que concertara la cita con el cliente para el miércoles y me acaba de llamar para decir que no nos hemos prensentado a la reunión y que ya podemos despedirnos del contrato.”

-”Y todo es culpa suya. Incompetente.”

-”No sé como no la pongo en la puta calle.”

Esta última frase la escuchó Isabel mientras don Alberto marchaba por el pasillo en dirección a su despacho. Estaba segura que la reunión debía ser el miércoles. Abriendo el cajón superior de su mesa, cojió el papel donde se encontraba anotado, de puño y letra de don Alberto que la reunión debía celebrarse el miércoles.

Tragándose las lágrimas y llena de rabia, arrugó el papel. No podía permitirse el lujo de perder el empleo. El dinero era escaso y las broncas abundantes, pero era todo lo que tenía. Sin embargo estaba llegando a un punto en que no aguantaba más. Cualquier día, cualquier día...

Una vez más, la voz de don Alberto requiriendo su presencia la devolvió a la realidad. Se levantó rápidamente mientras tomaba en sus manos una libreta, bolígrafo y acompañada por el sonido de sus tacones se dirigió al despacho del jefe. Al llegar a la puerta, se sorprendió por no encontrarlo detrás de la mesa habitual. Se quedó de pié y tímidamente preguntó:

-”¿Don Alberto?”

-”Estoy aquí señorita, en el cuarto de baño. Me he dado cuenta demasiado tarde que se ha terminado el papel. Abra un poco la puerta y acérqueme un rollo de inmediato. ¡Y dese prisa, coño!”

Tras la lógica sorpresa, Isabel se dirigió con paso decidido, hasta su bolso donde tomó el arma que la liberaría para siempre de los gritos e impertinencias de su vesánico jefe. Retrocediendo lo andado abrió la puerta del baño, e irguiéndose sobre su metro y sesenta centímetros levantó las manos, apuntó y disparó una, dos, hasta seis veces, la cámara de fotos de su teléfono móvil. A partir de aquél día no habría más gritos, no mientras tuviera esas fotografías.

Por el hilo musical Rubén Blades cantaba 'Pedro Navajas'

'La vida te da sorpresas,

sorpresas te da la vida '

viernes, 7 de noviembre de 2014

El Salto

     Laura descendía velozmente, sintiendo el aire sobre su cuerpo apenas cubierto con un ligero camisón de seda. Caía cada vez más rápido hacia el suelo duro de la calle Palacio Valdés devorando los sesenta metros que lo separaban de la azotea desde donde había saltado.

     Por su mente pasaba el recuerdo de los últimos años y su vida con Alberto. Recordaba cuando se conocieron en la universidad y como enseguida comenzó el “asedio”. Su insistencia diaria para quedar después de clase a tomar una cerveza o estudiar y como empezó a salir con él por agotamiento. Siempre había sido correcto con ella, ni una mala mirada, ni un mal gesto. Sin embargo, cuando hace un año decidieron vivir juntos en el apartamento de ella, comenzaron los detalles. Las preguntas incómodas. Las llamadas al móvil preguntando dónde se encontraba, qué hacía, con quién estaba. Había dejado de relacionarse con sus amigos y poco a poco su vida social estaba en manos de Alberto. 

     Recordaba como empezaron los insultos, al principio sutiles, después en aumento. Envalentonándose con su pasividad. Menospreciándola, ninguneándola. Hasta que llegaron los golpes.

     Recordaba como ya no pudo más. Se levantó de la cama compartida y sin siquiera calzarse, subió hasta la azotea. Con pasos cortos, nerviosa se acercaba al borde. Se subía sobre el muro. Sentía sobre su cuerpo semidesnudo el aire frío de la madrugada ovetense de inicios de noviembre. El vello de los brazos se erizó, más por el nerviosismo que por la gelidez del lugar. Los pies descalzos apenas notaban la frialdad de la piedra de insensibles que los tenía. Unos centímetros la separaban del vacío y del final de su dolor. Sería rápido. En su mano derecha apretaba un recuerdo de infancia, su tesoro más querido, del que nunca se había separado. Una bellota de roble recogida del Campo de San Francisco cuando, de niña, paseaba los domingos por la mañana.

     Un paso más y los pies apenas encontraron apoyo, su cuerpo temblaba; no tenía ganas de llorar, ahora que por fin se había decidido, sentía un gran alivio; como si se hubiera quitado un sostén que la apretara demasiado y por fin pudiera respirar a pleno pulmón.

     No lo pensó, cerró los ojos y se dejó caer.

     Su mente volvió al presente, a los escasos diez metros que le quedaba de vida, al suelo que intuía acercándose. ¿Dolería? ¿Habría una vida mejor al final de ésta?

     Un sudor frío cubría su cuerpo, empapando el camisón. El corazón latiendo a mil por hora, al límite. Los pulmones no daban abasto para satisfacer la demanda de su cerebro, aspirando aire frenéticamente. En su mano derecha apretaba una bellota. Había sido un sueño, sólo un sueño, sin embargo ahora sabía lo que tenía que hacer. Su mente, liberada de la consciencia que la esclavizaba durante la vigilia había proporcionado un mensaje claro, contundente e inconfundible.

     Saliendo de la cama se levantó sin siquiera calzarse. Tenía la idea fija en la mente. Ahora sabía como liberarse.

     No encendió luz alguna, caminando sin hacer ruido llegó hasta la puerta. Al salir a la escalera, el suelo le quemaba las plantas de los pies de frío que estaba. Pero su determinación no iba a desmoronarse ahora.

     Subió hasta el último piso. Llamó a una puerta y el rostro asustado de su hermana Inés apareció frente a ella.

     -”Le dejo, hermana. Así no puedo seguir viviendo”

     Una gran sonrisa iluminó el rostro de Inés. Llevaba años deseando oir esas palabras. Haciéndose a un lado y cobijándola entre sus brazos hizo pasar a Laura.

     -”Ven. Aquí estás a salvo. Mañana comienzas con tu vida”

viernes, 31 de octubre de 2014

The Runaway

Un labio inferior partido y una nariz rota vislumbrados a través de su ojo amoratado y medio cerrado era lo que devolvía el reflejo de la ventana del autobús. No era una imagen nada tranquilizadora, como bien le confirmaban las miradas asustadas que el resto de pasajeros dirigían de soslayo en su dirección. Daba miedo. Y lo sabía. Las manchas de sangre que impregnaban su pantalón tampoco ayudaban mucho.

El autobús huía de Oviedo en dirección a Madrid y el ruido blanco producido por los neumáticos sobre la carretera, junto a la madrugada, inducían un sopor difícil de combatir. No obstante no podía permitirse el lujo de bajar la guardia, aún no. Todavía no estaba lo bastante lejos.

Para no caer en el sueño recordó las últimas horas. El silencio de la casa, el peso del gran cuchillo de cocina en su mano, como se encaminó hacia la habitación principal donde el hombre dormía ajeno a sus pasos. Como se dirigió al armario donde sabía que guardaba algo de dinero. Como lo abrió con extremo cuidado para evitar cualquier ruido delatador de su presencia. La respiración del durmiente que rompía el silencio rítmicamente.Sus dedos, palpando en la oscuridad hasta encontrar una caja, se deslizaron en su interior atrapando el papel.

Su mente volvía una y otra vez hacia la mano con el cuchillo, el sudor corriendo entre sus dedos amenazando con soltarlo.

Cada vez que cerraba los ojos, la imagen estaba ahí, permanecía imborrable, nítida. El cuerpo sobre la cama, el cuchillo en la mano y un deseo que cobraba más fuerza a cada instante.

Ahora estaba en el autobús, cada quilómetro recorrido era un alivio. En cuanto llegase a Madrid buscaría un lugar donde esconderse, una pensión sería lo más seguro. Allí podría recuperarse de los golpes que le diera su padre, los que le rompieron el labio y la dejaron el ojo hinchado. Los que le rompieron la nariz y mancharon sus pantalones. Los golpes que le dió cuando entró en su cuarto esa noche, como había hecho muchas otras noches con anterioridad. Había sido así desde que ella podía recordar. Sin embargo esta noche fue diferente, se negó, le hizo frente y dijo basta. Eso le enfureció y cambió el deseo por la furia, no se marchó hasta que la vió tendida en el suelo inconsciente. Pero esa rutina había terminado. Al fin, había acabado. Finalizó en el momento en que el deseo se abrió paso convirtiéndose en realidad, cobrando la forma de un cuchillo hundido en el pecho, silenciando su respiración para siempre.

Cogió los auriculares, conectó el móvil para escuchar su música, y la muchacha de la ventana se permitió una sonrisa, tocaba olvidar, a sus quince años tenía toda una vida para olvidar.


“Ooh, she's a little runaway.
Daddy's girl learned fast
All those things he couldn't say.
Ooh, she's a little runaway”.

viernes, 24 de octubre de 2014

Los Gatos

     Caminaba renqueante bajo la lluvia otoñal de Oviedo. Su impermeable carmesí, botas de goma y sobre la cabeza un oscuro sombrero por el que resbalaba el agua en gruesas gotas. En la mano una bolsa de supermercado cuyo contenido yo ignoraba.

     Esta escena es la que se presentó ante mis ojos una tarde en la que me dirigía con cierta prisa. Sin saber por qué, detuve mi paso, y una necesidad por conocer el destino de aquella mujer se instaló en mi. Todo lo demás dejó de importar. Discretamente me coloqué donde no molestase a aquella mujer de edad avanzada, que caminaba con decisión hacia un rincón de la pequeña plaza en penumbra.

     Unos bultos oscuros, inmóviles comenzaron a cobrar vida al notar su presencia. De esas sombras salieron ligeros maullidos de excitación y mi vista comenzó a definir los cuerpos que se agitaban. Sus colores oscuros debidos a la luz existente los mimetizaban y hacía difícil diferenciar donde comenzaba un gato y donde acababa el siguiente. Sus movimientos ágiles, como si caminasen sobre muelles, los rabos levantados y temblorosos mostraban su excitación frente a la mujer. Algún zarpazo se escapó entre los nerviosos habitantes de la plaza que conocedores del significado de la escena anticipaban el momento esperado todo el día.

     La mujer introdujo una mano en la bolsa y comenzó a sacar puñados de comida que distribuía entre los tres pequeños animales. Acompañaba el gesto con palabras cariñosas o con reprimendas según fuera necesario. Además, me pareció distinguir un canto, suave y envolvente. Sí, era lo que me había parecido, les estaba cantando una conocida nana, con una voz melodiosa, entonando a la perfección, una voz que no encajaba en aquella figura, en aquel cuerpo avejentado.

     Posó su mirada en mi y un reflejo azulado me capturó, sus ojos eran lo más vivo que he observado jamás. Unos ojos de color imposible entre un rostro surcado de arrugas y boca desdentada me estaban observando y sonriendo. Me acerqué a ella y comenzó a hablarme, con una voz ronca en la que no reconocía a la autora de los cantos anteriores.

     Me explicó que sus niños sólo la tenían a ella y que vivía por ellos. Traía comida y pastillas para eliminar los parásitos o evitar que la gata entrase en celo. Pero sobretodo venía a cantar, a cantar una nana para que pudieran dormir tranquilos. Son mis niños repetía con la mirada vidriada por las lágrimas.

     Pocos días más tarde leí que había sido encontrada una mujer anciana en esa misma plaza, tendida sobre el suelo y con tres gatos junto a ella. La noticia se ampliaba con detalles de su vida. Explicaba que era una persona conocida en la zona por haber sido la propietaria de una pequeña casa ubicada en el lugar y que un incendio había destruido cincuenta años antes acabando con la vida de sus dos hijos varones y su única hija.

     Hoy soy yo el que me acerco a la plaza bajo la lluvia con una bolsa en la mano. Ya me han visto, se acercan a mi con sus rabos temblorosos y sus maullidos.

     Ya los veo, los tres cachorros junto a una gran gata blanca de ojos de color imposible.

martes, 14 de octubre de 2014

Protegida

     La mañana resultaba perfecta; sol, aire en calma y buena temperatura. La lancha se deslizaba a través del agua con tal placidez que algunos de los ocupantes dormitaban en sus asientos. Dirigida por la firme mano de David, el patrón, quien ya desde niño era conocedor de cada una de sus corrientes y sus caprichos, alcanzaron el punto de inmersión. Hacía quince minutos desde que salieron de puerto, cuando David detuvo la embarcación y ayudado por una sonda que sólo él era capaz de entender, aproximó el lugar del fondeo. A una señal suya, Eva, la guía de hoy, soltó el ancla de arado que furiosamente se hundió en la profundidad arrastrando la cadena a la que estaba unida. Tras unos instantes, David sentenció: 'La Losa'. Seis años bucenando con él, y Eva seguía sorprendiendose con la precisión con que los colocaba en el sitio exacto.

     Los preparativos fueron breves, el grupo estaba formado por gente con amplia experiencia y el día prometía ser disfrutado.

     Uno a uno se fueron introduciendo en el agua desde popa y nadaron hasta situarse a proa para realizar el descenso siguiendo el cabo del fondeo. Eva, se situó la última para observar al resto y ayudarles en caso de algún problema. Le sorprendió la calidez del agua para lo avanzado de la temporada y una sonrisa se extendió por su rostro al descubrir la transparencia que les envolvía. Descendieron cinco metros, diez, mientras realizaban valsalva para compensar la presión en el interior de los oidos con la del agua que les rodeaba. Al aproximarse al fondo, descubrieron que la trasparencia inicial se estaba transformando en una lechosa turbidez que amenazaba la inmersión. Eva decidió detener el grupo y adelantarse para evaluar la visibilidad, indicó la maniobra con una seña y descendió en solitario internándose en la zona lechosa.

     Se dió cuenta de que había llegado al fondo un segundo antes de tropezar con él, tal era la visibilidad que apenas distinguía la punta de sus dedos. No podía decir si estaba a diez o a quince metros de la frontera que separaba el agua cristalina de la oscura. Decidió reincorporarse al grupo y modificar ligeramente la zona de inmersión a una cota superior donde no tendrían que pelearse con la visibilidad. Iba a volverse cuando un ligero movimiento junto a la pared rocosa a un metro de ella, captó su atención. En una oquedad de apenas veinte centímetros de diámetro, un pulpo mantenía fija su pupila ondulada en los azules ojos de Eva, sin embargo lo que en última instancia la hizo inmovilizarse fue contemplar lo que ocultaba entre sus tentáculos. Como versiones a escala de la madre, se peleaban y curioseaban siete pequeños pulpos, jugueteando igual que gatos.
    
     Eva contuvo su respiración para no asustar a las crías y las observó durante casi un minuto, cuando ya no pudo mantener la apnea por más tiempo, les dijo adiós con un gesto y comenzó a girarse para volver con sus compañeros que ya empezarían a preguntarse qué estaba haciendo. Mientras aleteaba, liberó el aire retenido en sus pulmones y aspiró del regulador el vital aire.

     Igual que la luz de una linterna dirigida directamente a nuestros ojos nos deslumbra en la oscuridad, así se sintió Eva cuando comprendió que algo no iba bien. En lugar del aire que necesitaba, se encontró con que nada expandía sus pulmones, nada. Sus ojos se abrieron de par en par mientras que su pecho se intentaba hinchar para beber la vida, sin embargo ni la menor brizna se abrió paso desde la botella, que ubicada en su espalda, a apenas dos palmos de sus pulmones, tenía todo el aire que necesitaba. No obstante le era tan útil como si se encontrarse en la otra punta del universo. El miedo empezó a abrise paso en su mente, sabía que si lo dejaba salir ya no podría encerrarlo de nuevo y necesitaba pensar. Todo su adiestramiento, sus horas de inmersión, su preparación. No le estaban sirviendo de nada. El miedo dejó paso al pánico y la linterna se escapó de su mano, sus pulmones deseaban ese aire que se les negaba, el corazón latía desbocado, la sangre se dejaba oir en las sienes y el aire seguía sin llegar. Las fuerzas empezaron a desaparecer junto a la visión, una cortina negra se iba cerrando sobre sus ojos, empezó a perder la conciencia mientras que el dolor dejaba paso al frío, qué curioso, frío a pesar de la calidez del agua pensó. Y ese perfume...
Ningún lugar mejor para quedarse, que el lugar que tanto amaba y que tanta felicidad le había dado, el fondo del mar.
     La lancha avanzaba hacia el puerto exprimiendo toda la velocidad posible al motor. Tendida en el fondo Eva fue recuperando la conciencia poco a poco, no lo comprendía, ¿habría sido todo una pesadilla?. Aunque las caras de sus compañeros no dejaba lugar a dudas, la habían dado por perdida y sin embargo...

     Dos días más tarde recibió la visita de sus amigos en el hospital. Habían comprobado el equipo y la rotura del muelle de la cámara de alta presión del regulador había provocado que el aire dejara de fluir, y al ser un modelo antiguo, al romperse, a diferencia de los modelos modernos, obstruyó el paso del aire provocando el accidente. Habían visto las señales que hizo con el foco y por eso pudieron ayudarla. De no haber sido por el foco...

     Ella estaba segura de haber perdido el foco en los primeros instantes y de no haberse vuelto a acordar de ello hasta ahora. No, ella no había hecho las señales, imposible.
     Y ese olor tan familiar estaba ahí de nuevo.

     Su mirada se desplazó hasta la mesilla que se encontraba a su derecha y allí junto a la lámpara las vió. Dos semillas de eucalipto, como las que su padre siempre llevaba en un bolsillo, como las que siempre aparecían a su lado cuando necesitaba que alguien cuidara de ella.

jueves, 9 de octubre de 2014

Tradición

     A cada instante le costaba más respirar. El sabor de la sangre inundaba su boca mientras que el corazón se esforzaba para mantener el suministro de la menguante sangre. Sus músculos extenuados se negaban a sostenerle mientras que la oscuridad se cernía sobre él. Un pensamiento se mantenía firme, el recuerdo de un tiempo no muy lejano donde la vida le sonreía, rodeado de su familia, sintiéndose amado y protegido. Un tiempo donde era inménsamente feliz, aunque no fuera consciente de ello.

     La tarde en que me atraparon parece pertenecer a otra vida. La oscuridad y el desorientador movimiento constante fueron mis compañeros durante el cautiverio.

     Al fin la luz, cegadora al principio hasta que se acostumbraron mis ojos, unos ojos hambrientos de vida que ahora se apagaban por momentos.

     No hubo tiempo para la alegría, enseguida el estruendo de cientos de gargantas que pedían mi muerte me impulsaron a huir, a huir sin dirección, el miedo empezó a atenazarme la garganta, a secar mi boca, a deshacer mis intestinos. MIEDO, TERROR, PÁNICO, a cada instante más fuerte, más incontrolable. Eché a correr, no podía fijarme en nada, no sabía donde me hallaba ni donde estaba mi salvación, sólo correr, correr. Ni siquiera el pensamiento de defenderme, tenía que huir, huir. Seguir corriendo por mi vida, perseguido por los terribles aullidos de voces inidentificables.

     Sentí el primer golpe en un costado, no supe reconocerlo, pero al cabo de unos instantes el dolor me inundaba y provocó el aumento del pánico que me llenaba. La hoja de acero había penetrado hasta el pulmón izquierdo, rasgando mi piel y músculo hasta lo más dentro de la caja torácica. Con el golpe una costilla se fracturó rompiendo la pleura. Fue el primero de muchos.

     La jauría salvaje lanzó un grito de placer. Sólo unas mentes enfermas podían sentir placer con aquello.

     La carrera se convirtió en un movimiento lento, dejándome más indefenso aún. ¡Como si hubiera tenido alguna posibilida de salvación!

     El segundo golpe me rajó el vientre, esta vez el colmillo del acero provocó que mis intestinos salieran de su alojamiento, colgando, aumentando la mortal hemorragia.

     Está llegando el final, el recuerdo de los míos sigue en mi, el recuerdo de los míos, el recuerdo de mi nombre
     ¡Que no se pierda el recuerdo de mi nombre!

     Mi nombre es 'Elegido' y me asesinaron en Tordesillas, 'La Desalmada', el dieciseis de septiembre de dos mil catorce en nombre de La Tradición.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Dos minutos más

     El sonido de la puerta al cerrarse llegó hasta sus oidos, al fin solos en la oficina, disponía de una hora antes del regreso de los compañeros y llevaba toda la mañana mirando para ella, sintiendo aumentar el deseo a cada instante.

     La levantó y colocó sobre la mesa. Con dedos temblorosos deslizó la cremallera dejando su interior expuesto a los sentidos. Las manos se desplazaron con avidez, provocando que un aroma irresistible le envolviera.

     Sentía la boca seca, el corazón palpitante. Intuía el momento final con un indescriptible placer anticipado.Con dedos hábiles deshizo el cierre y sus ojos se llenaron con la imagen tanto tiempo esperada. Al fin, el ansiado momento hizo su aparición con más premura de la pensada.
     Se levantó despacio y con ella en las manos se acercó al microondas. Introdujo la bandeja con albóndigas estofadas que había traido en la fiambrera y … le dió dos minutos más.

martes, 7 de octubre de 2014

Un viaje sin vuelta

     El sonido de los ejes de una carreta se acercaba lentamente. En el preciso instante que más fuerte se oía, el silencio se adueñó de la pradera. El grupo se detuvo, y Udol se adelantó a sus compañeros. Tras un largo viaje desde sus montañas maternas aquel lugar parecía perfecto; una planicie, al norte, desde donde procedía un pequeño grupo, un bosque proporcionaría combustible; al sur y al este unas elevaciones donde su experiencia le indicaba la existencia de valiosos minerales, asegurarían la defensa, un oeste despejado para recibir los rayos del sol que caldearan el hogar, y en el noroeste el río; agua y alimento.
     A una seña de Udol, sus hermanos comenzaron los preparativos. Asegurando la posición, iniciaron la tala de un gran limonero y comenzaron a excavar en el fertil suelo en busca de la roca necesaria donde iniciar su nuevo hogar.

     Era el primer día de primavera y el invierno quedaba aún lejano, aún así debían darse prisa. Preparar los huertos para una cosecha temprana de setas que les proporcionase alimento y el siempre bienvenido licor, excavar en roca viva alojamiento para doscientos hermanos y hermanas con sus talleres, zonas de reunión, hospitales, almacenes; no es tarea de un día. Los demás se irían incorporando en grupos y les echarían una mano, pero mientras tanto era necesario asegurar el hogar, en cualquier momento los goblins, kobolds u otras criaturas más horribles podrían abalanzarse sobre ellos, ahora incluso, podrían estar observando.

     Era el primer día del resto de su existencia, no había vuelta atrás, era un viaje de sólo ida...