Un labio inferior partido y una nariz rota
vislumbrados a través de su ojo amoratado y medio cerrado era lo que
devolvía el reflejo de la ventana del autobús. No era una imagen
nada tranquilizadora, como bien le confirmaban las miradas asustadas
que el resto de pasajeros dirigían de soslayo en su dirección. Daba
miedo. Y lo sabía. Las manchas de sangre que impregnaban su pantalón
tampoco ayudaban mucho.
El autobús huía de Oviedo en dirección a Madrid
y el ruido blanco producido por los neumáticos sobre la carretera,
junto a la madrugada, inducían un sopor difícil de combatir. No
obstante no podía permitirse el lujo de bajar la guardia, aún no.
Todavía no estaba lo bastante lejos.
Para no caer en el sueño recordó las últimas
horas. El silencio de la casa, el peso del gran cuchillo de cocina en
su mano, como se encaminó hacia la habitación principal donde el
hombre dormía ajeno a sus pasos. Como se dirigió al armario donde
sabía que guardaba algo de dinero. Como lo abrió con extremo
cuidado para evitar cualquier ruido delatador de su presencia. La
respiración del durmiente que rompía el silencio rítmicamente.Sus
dedos, palpando en la oscuridad hasta encontrar una caja, se
deslizaron en su interior atrapando el papel.
Su mente volvía una y otra vez hacia la mano con
el cuchillo, el sudor corriendo entre sus dedos amenazando con
soltarlo.
Cada vez que cerraba los ojos, la imagen estaba
ahí, permanecía imborrable, nítida. El cuerpo sobre la cama, el
cuchillo en la mano y un deseo que cobraba más fuerza a cada
instante.
Ahora estaba en el autobús, cada quilómetro
recorrido era un alivio. En cuanto llegase a Madrid buscaría un
lugar donde esconderse, una pensión sería lo más seguro. Allí
podría recuperarse de los golpes que le diera su padre, los que le
rompieron el labio y la dejaron el ojo hinchado. Los que le rompieron
la nariz y mancharon sus pantalones. Los golpes que le dió cuando
entró en su cuarto esa noche, como había hecho muchas otras noches
con anterioridad. Había sido así desde que ella podía recordar.
Sin embargo esta noche fue diferente, se negó, le hizo frente y dijo
basta. Eso le enfureció y cambió el deseo por la furia, no se
marchó hasta que la vió tendida en el suelo inconsciente. Pero esa
rutina había terminado. Al fin, había acabado. Finalizó en el
momento en que el deseo se abrió paso convirtiéndose en realidad,
cobrando la forma de un cuchillo hundido en el pecho, silenciando su
respiración para siempre.
Cogió los auriculares, conectó el móvil para
escuchar su música, y la muchacha de la ventana se permitió una
sonrisa, tocaba olvidar, a sus quince años tenía toda una vida para
olvidar.
“Ooh, she's a little
runaway.
Daddy's girl learned fast
All those things he couldn't say.
Ooh, she's a little runaway”.
Daddy's girl learned fast
All those things he couldn't say.
Ooh, she's a little runaway”.