viernes, 24 de abril de 2015

Homo homini lupus

-¡Quiero su piel! La voz resonó como un largo trueno entre las paredes de la cantina donde había estado vaciando varias jarras de mala cerveza.

 -¡Quiero su asquerosa piel y hacer una alfombra con ella! - seguía vociferando ante la asustada clientela. Todos conocían la furia de Tino, 'el Gordo', aunque nadie en su sano juicio hubiera osado llamarle así en su presencia. Peligroso, era el adjetivo más suave que podía ser aplicado a su persona; sus casi dos metros de altura y ciento cuarenta kilos de músculo y crueldad no eran para ser tomados en broma. Se hacía acompañar por dos hermanos gemelos más depravados aún, que ocultaban su mezquindad y cobardía tras los músculos de 'el Gordo'. No había propiedad que estuviese a salvo de la rapacidad del grupo; ni hombre, mujer o niño. Cuando su voracidad por el daño ajeno les llevaba a otras poblaciones y allí eran perseguidos por la ley, retornaban al pueblo, donde el alcalde, cómplice y beneficiario de fechorías, les proporcionaba abrigo legal. Así se entendía la impunidad que gozaban.

 -Ayer casi lo atrapo. - Proseguía 'el Gordo'. - Sorprendí a la manada en el cercado de 'la fuente', habían matado a tres ovejas y asustado a otras quince que escaparon monte arriba. Les tiré con la 'lobera' pero estaban demasiado lejos y sólo rocé al pequeño que se alejó cojeando. Pero se van a enterar de quién es Tino.

Apenas acabando la frase, se levantó medio aturdido por el alcohol que llevaba ingiriendo toda la tarde y recogiendo la escopeta que tenía junto a él se dirigió como poseido hacia la salida. Sus compañeros de malvivir le siguieron como sombras, lanzando miradas desafiantes a los parroquianos que procuraban mirar para cualquier otro lado.

Estaban traspasando el umbral de la puerta cuando desde un rincón se oyó una voz que los dejó clavados.

 - ¿Estás seguro que fueron lobos?. 

 Pablo era el médico del lugar y se sabía seguro por ser el único capaz de entablillar un brazo roto o coser un navajazo en cien quilómetros a la redonda. - 
Me han contado que vieron a ciertos individuos junto al cercado que hablas, y que cuando lo dejaron, en el corral había unas ovejas menos. 

Apenas se adivinaban los ojos de 'el Gordo' entre los párpados casi cerrados, mientras un reguero de saliba colgaba de la comisura izquierda de sus labios. En la mano derecha, la escopeta parecía a punto de deshacerse en mil pedazo por lo fuerte que la apretaba. En la taberna, los corazones habían dejado de latir y el silencio se apoderó de cada rincón.

 - ¡Tenías que ser tú, claro! ¡Esta vez te has pasado! ¡Cuando acabe con los lobos me ocuparé de vosotros! Estás muerto médico! ¡Tú y tú familia estáis muertos! 

Desaparecieron los tres en la noche, dejando atrás un pueblo aterrado.

- - - 

Sentía el suelo del bosque bajo sus patas, tenía que darse prisa, sus vidas corrían peligro. Los tres humanos se dirigían hacia el lugar donde estaba su cría herida y tenía poco tiempo. La oscuridad estaba a su favor, para él no era ningún obstáculo, tenía el oido y sobretodo, el olfato, para orientarse en la noche. Sin embargo los hombre tenían sus armas, debía moverse rápido. Antes de verlos, los olió, un poco más adelante, casi a la entrada mismo de la cueva, de su hogar. Veía la espalda del más grande que apuntaba a su compañera mientras plantaba cara mostrando sus colmillos. Sin pensarlo cogió impulso y en un instante le había destrozado el cuello. 'El Gordo' se desparramó por el suelo sin tan siquiera tener tiempo de sorprenderse. Al verle en el suelo y sin nadie para dirigirles, las ganas de pelear de los hermanos desaparecieron, tras disparar precipitadamente las escopetas intentaron huir pero se encontraron con 'el Gordo' en el infierno antes de que se acallase el ruido de la pólvora.

 Jadeantes por la tensión y el esfuerzo, ambos lobos se acercaron. Los muchos años juntos hacían que una mirada bastase para entenderse. Con paso tranquilo entraron en la cueva donde estaba su cría. Se encontraba tendida junto a un fuego, cubierta con pieles, el cabello moreno, tez algo pálida por la hemorragia. La herida de su hijo no era mortal y acabaría sanando, al fin y al cabo era médico y sabía como curarla.

 Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit 
Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro. 
Asinaria de Plauto.